
Manejo de noche, el viejo camino esta oscura, nuestro satélite natural esta en las ultimas horas de su fase antes de renovarse, como lo hace cada veintiocho días.
A pesar de que tengo los nervios de acero, estoy temblando y siento frio, pues es la primera vez que me atrevo a hacer esto. La carretera serpentea entre cerros y me balancea las memorias al ritmo de una balada. Las flores que vienen en el asiento del pasajero son para el amor de mi vida, y su aroma me provoca un rio de lágrimas silenciosas que, a su vez, sirven para regarlas.
Llego a un punto sin retorno, el combustible del automóvil se agotó y tengo que continuar a pie con el ramo de flores en mis manos. El desierto me intenta arrullar, quiere tranquilizarme con los aullidos de los coyotes y el ulular de los búhos. Las estrellas me traen memorias de los ojos de mi amor, y la carretera abandonada me recuerda la carencia de empatía en la humanidad.
Llego al puente roto, me arrodillo en la orilla para honrar al ser que me amó tanto y que, en ese lugar, el mundo recibió su aliento final.
Me pongo de pie una vez mas para lanzar el ramo de flores al abismo del puente, volteo mi cara al cielo y veo que la luna refleja solo una pequeña línea de luz, esta a unos segundos de ser luna nueva, pienso en que esa es la última luna que voy a ver y esta menguando junto con mi vida. Salto al vacío y muero en el mismo instante en que muere la luna de Octubre.